7 de julio de 2015

Carta al hacedor de nobles pájaros

Una de las pocas cosas en las que quizá estemos de acuerdo en relación a comportamiento es que Internet es un lugar genial para los dramas. Vemos la imagen de un niño pasando hambre y nos volvemos gilipollas dando likes, creyendo que eso quizá sirva de algo. Y luego el tiempo pasa, y el viento se lleva nuestros recuerdos de esa injusticia que nos tocó el corazón.

Supongo que así me siento ahora leyendo tu mensaje. No me malinterpretes, lo que quiero decir es que me siento yo como ese gilipollas. Porque tengo el impulso de querer decir algo, pero siendo sinceros, no se si debería. Al fin y al cabo, no se por lo que estás pasando realmente, apenas te conozco y, ante todo, no se si soy la persona adecuada.

De todos modos, ya que tú has hecho un acto de valentía (o al menos de “correr para delante”), si no te parece mal, yo voy a hacer lo mismo, ¿vale? Te lo planteo a lo trato: no tienes por qué responder, ni darte por aludido. Ni seguir leyendo a partir de aquí si no quieres. Pero así matamos dos pájaros de un tiro: yo hago lo que mi conciencia me dicta que es correcto, y lo que mi corazón me indica que debo hacer por un colega (permíteme llamarte así, aunque no nos conozcamos tanto. Puedes pensarlo como el “collegues” inglés)…Y a ti quizá te presten las palabras. O al menos te rías un rato.

Lo primero, sin ser tan pretencioso como para soltar un “lo sabía”, permíteme que te diga que me sorprende la existencia del mensaje, más que su contenido. Supongo que sabrás por qué: aquella “conversación” por Twitter. Lo entrecomillo porque Twitter, como siempre dice Andrade, es un pésimo medio de comunicación, que pierde muchos matices. Tanto que puede convertir algo que podía ser un debate interesante en un diálogo de besugos. Si algo te molestó de lo que dije aquella vez, que sepas que lo siento de corazón, y que si algún día te apetece, podemos charlar de ello en persona, y así conocer mejor cada uno el punto de vista del otro.

Por otro lado… Las grullas. Nobles pájaros, sin lugar a dudas. Leí el otro día (entre ayer y desde que tengo uso de razón) que las personas nos sostenemos por “rituales”. Un ritual no es más que una costumbre algorítmica, un conjunto de pasos para hacer cualquier cosa que siempre es así. Los rituales funcionan como pegamento en nosotros, y son capaces de atar las partes de nuestro ser cuando este se rompe. Supongo que para ti las grullas se han convertido en una suerte de ritual. Y ellas, en si mismas, la prueba de que has cumplido con otra iteración victorioso…

Ya se que no digo nada nuevo, es decir, nada que tu no sepas o hayas dicho. Realmente no se muy bien que quiero escribir. Voy un poco en automático, porque quiero evitar caer en las chorradas de siempre. No creo que alguien como tú necesite consejos, mantras, “dietas milagro” de la mente ni cosas así. Al menos, al hombre que yo (poco) conozco es más práctico. Navaja de Ockham. Así que solo me queda intentar ver si entiendo algo de todo lo que has escrito.

Defines la depresión como una jaula que te impide ver más allá, como dejar de ser tú. Luchar contra ella, entonces, es como tratar de recordarte quién eres. Algo más que “apatía”. Una persona. De media, esto implica una cabeza, alguna cantidad de pelo, cuatro extremidades, un tronco, unos genitales. Un corazón y un cerebro, entre otras vísceras menos reseñables. Y algo, no muy claro, que hace que seamos conscientes de todo eso, y de lo que nos rodea.

Supongo que el problema de la depresión es que sustituye ese “algo poco claro”. Algo poco claro -> apatía. Entonces, sigues siendo cabeza, brazos, piernas, órganos… Pero no tú.

Supongo (y perdona que suponga tanto, porque no se) que el problema de eso es que es difícil de ver. La apatía, al final, es escurridiza. Literalmente, lleva la piel del ser al que sustituye. Y lo conoce mucho. Porque si no, digo yo, no podría encerrarlo…

No se por qué la depresión definida así me recuerda al Alzheimer. El Alzheimer borra nuestros recuerdos. Por ende, nos borra a nosotros. Sin embargo, en ambos casos existen “momentos de lucidez”. En ellos, la persona es plenamente consciente de dos cosas. La primera, de quién es (“soy yo”). La segunda, de que hay algo robándole eso.

Eso me lleva a pensar que la apatía tiene que tener algún punto flaco. Si no lo tuviera, tú no habría escrito ese mensaje, y yo no te estaría dando el coñazo con este texto. Aunque, si nos remontamos al principio, no tenías por qué leer si no querías. Así que si esta frase existe en tu mente, supongo que al menos te estará causando curiosidad.

Según Word, llevo 821 palabras (con el “palabras”, 822). Y siento que aún no he dicho nada que merezca la pena leer. Debería cortar ya, pero siento que hay algo que me gustaría decirte. Si fueras otra persona, si fuera otra situación, o si tuviera menos cerebro del que tengo, seguramente la diría. Pero es lo de antes, que no se si tengo derecho o no. Incluso puede sonar a burla… Y es lo que menos querría en esta situación.

Pero bueno, si tú eres capaz de ser tú, aunque sea a ratos, yo seré yo. Y como yo soy Filo, el puto tryhard, aquí va: ánimo. Y si algún día quieres… Si crees que va a servir de algo… Aparte de tirarme yo contra cinco, a veces, también puedo escuchar.


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