3 de noviembre de 2018

Cuando tenía la mitad de años que ahora, pasé por algunos de los momentos más complejos que he tenido que vivir. No quizá por la magnitud per se de los problemas que afronté, sino por las herramientas que tenía para abordarlos.

De aquellos años aprendí a reconocer muchos de los que, ahora se, son mis mayores defectos: cabezonería, orgullo, exceso de justificación proveniente de la necesidad de ser querido/apreciado... 

Pero también asumí como propios otros que, con el tiempo, me he demostrado que no son tales, como la pereza a la hora de realizar cosas (¿"vagueza"?), y el ser introvertido. El primero... Bueno, ¡en los últimos siete años creo que he trabajado mucho, vaya! Y el segundo, creo ahora, no es un defecto.

Mucha gente que me conoce no diría de mi que soy introvertido: no tengo problemas en acercarme a hablar con nadie, incluido completos desconocidos. En general, tiendo a ser simpático, y aunque quizá soy demasiado entusiasta con mis pasiones, me esfuerzo por escuchar a los demás, y no dejarme llevar solo por los temas que me interesan. Estoy constantemente expuesto a ambientes en los cuales tengo mucha interacción social, incluso con un carácter público, y mis círculos de relaciones cada vez son más amplios...

Pero lo que quizá no se ve tanto es que el socializar me "cansa". Lo entrecomillo porque no es hartazgo, sino el mismo tipo de cansancio que surge de ejercer una actividad física o mental durante mucho tiempo. Conozco gente que no funciona así, pero mi energía social funciona como una pila, y aunque últimamente mis reservas son mucho más altas, hay días en los que llega a descargarse.

En días como hoy, en los cuales tengo algo de soledad, puedo encontrarme un rato conmigo mismo. No solo puedo "coger fuerzas" para mostrar lo mejor de mi a la gente de mi entorno, sino que además hago cosas que solo puedo emprender en momentos como ahora. Reflexionar, reir, cantar, llorar o escribir en el blog son cosas que hago mejor solo. Leer, entenderme, quererme, perdonarme son verbos que para mi, muchas veces, solo existen en el contexto de un diálogo conmigo mismo. Y, ante todo, es un momento perfecto para crecer y aprender, asimilar y ver más allá.

Muchas veces le he dado vueltas a como sería emprender un viaje de auto descubrimiento. Una suerte de camino del héroe en pleno siglo XXI, que tuviera un objetivo claro, pero que fuera costoso de alcanzar en tiempo. Le he dado varias vueltas a posibles escenarios (por ejemplo, el camino de Santiago), pero últimamente he empezado a barajar una nueva posibilidad, basada en dos cosas:

A) Actualmente trabajo en un juego basado en la cultura celta. En ese juego, muchas localizaciones de Galicia aparecerán reflejadas de una u otra manera.
B) Desde hace pocas semanas, salgo a correr ocasionalmente, para hacer ejercicio. Ciertos paisajes de Coruña me parecen transmitir "algo", basado en el punto anterior.

Se que es una locura, pero siento que el camino como concepto me llama, y que hay lecciones que no aprenderé quedándome quieto. Siento la necesidad de desaparecer un tiempo, desligarme de mi gente, de mi entorno, de mi mismo, y buscar más allá de mis fronteras. De asumir un nuevo reto... De hacerme dueño y señor de la libertad que he alcanzado este año...

De ser yo mismo, más que nunca