10 de julio de 2010

El mundo de las letras

Os presento hoy mi último relato. No daré introducción al mismo, como suele ser costumbre, porque es bastante autoexplicativo.

Sopla una ligera brisa en Kalimore.

-¿Un buen comienzo, no crees?
-Vamos, Dirk, no es momento de divagar. Tienes que hacer el artículo para mañana.
-Cierto, Agnostes.

La pantanosa región situada al sur de nuestra querida ciudad Auberion, cuna de las más increíbles historias, no deja de sorprender a propios y extraños con cada novedad que nos muestra. Está claro que los dioses han sabido crear tesoros entre el cieno y el barro…

-¿Cómo lo ves, amigo?
-Bueno, aún no has dicho nada, queridísimo Dirk. Si quieres que opine, primero haz algo opinable.
-Nunca había visto un gato con tan malas pulgas…
-Ni yo a un humano con tan poco talento. Anda, calla y escribe.

Quizá lo que más pueda sorprender al visitante es una austera estatua situada en el centro de los cuatro grandes pantanos que componen Kalimore. Mucha gente considera una aberración que el paisaje natural se vea roto con la solitaria figura de un caballero con el puño alzado, cuyo rostro está tapado por una capucha y que presenta la ropa hecha jirones.

-¿A qué viene la estatua, pequeño saltamontes?
-¿Me vas a hablar tú de pequeñez, minino de medio metro? Si quieres saberlo, espera.

Aunque esto tendría que ser un artículo objetivo, al tener más carácter de crónica me voy a permitir intercalar la sobriedad que me transmitió la estatua, así como el realismo que supo captar el escultor. Aunque es imposible verle la cara, no puedo evitar imaginarme una expresión estoica en su rostro, una serenidad absoluta que choca con una mirada ardiente que demuestra un espíritu indomable, algo que se refleja en su alzado brazo…

-Te recuerdo que renunciaste al recital de poesía de Auberion, miau.
-¿Por qué tienes que ser tan insufrible? Sabes que con esto me ganaré al público femenino…
-… y también te ganarás una pota del masculino…
-No seas vulgar, felino de mi corazón

La verdad, he perdido la cuenta de las veces que he apoyado mi espalda en la del ya llamado “Caballero del Pantano” para dejar que el tiempo corra hasta que mi querida musa Otnelat vuelva de inspirar a otros escritores…

-Hace un tiempo que no veo a Otnelat, miau.

-La han destinado a inspirar a un inventor que lleva meses sin crear más que explosiones y que amenaza con reventar la ciudad si alguien no le echa una mano…

En una de estas ocasiones, por fruto del azar, me di cuenta de algo sorprendente. No recuerdo bien el por qué, pero llevé mi mano hasta el cinturón del hombre. Movido por un impulso lo toqué y me sorprendí al descubrir, bajo la aparente y pétrea dureza de la estatua, el tacto del cuero…

-Sé que queda menos poético, Dirk, pero quizá deberías contar que resbalaste con un charco de lodo y que te tuviste que agarrar del cinturón del caballero para no mancharte la toga nueva, miau.

-Te recuerdo que el que te da de comer soy yo…

Impresionado por mi descubrimiento, seguí palpando la ropa del caballero. Sentía que era dura como una roca, pero al tacto descubrí sedas y cueros…

-¿No dices nada?
-Si: escribe, miau.
-Ains, vaaaale…

Guiándome por el instinto, me acerqué a la bolsa que estaba colgado del cinturón de la estatua y traté de abrirla. Como si realmente fuera cuero y no piedra, lo logré y me dispuse a inspeccionar su contenido.

-Ahora puedo acabar con “y en la próxima entrega…”
-Si se te ocurre usaré tu cama como cajón de arena, miau.

No sé que esperaba encontrar, realmente, pero me decepcionó ligeramente que solo fuera un libro. Aunque claro, un buen libro puede ser el punto de partida de una buena historia, así que me decidí leerlo.

El libro resultó ser un diario, aunque estaba escrito de tal forma que podría pasar por la más bella de las novelas. La emoción que me embargó su lectura me ha inspirado tanto que he pensado que Otnelat había vuelto. Sin embargo, ella aún no ha llegado, pero yo he conseguido acabar un prólogo que espero que no desmerezca esta historia a la que me he permitido titular “La leyenda del Caballero de Pantano”.

-Vago, poco original, desordenado… Miau, si lo tienes todo.
-¿A qué viene todo eso, Agnostes?
-Eres vago porque publicas una historia que no es tuya para no tener que inventarla y cobrar igual. Poco original, por el título que le has dado al diario. Y desordenado porque no recuerdo el color del suelo de este cuarto.
-Blanco perla. Y ahora, no me interrumpas.

“Mientras siento a la pétrea maldición cernirse sobre mí, no puedo evitar coger este cuaderno y esta pluma para que ellas sean testigos de mis hechos y receptáculo de mi vanidad… al menos hasta que yo pueda adquirir esos papeles.

Mi nombre es Inad Setsonga, vigésimo cuarto caballero de la Orden de los Paladines Negros de Auberion. Nací en la ciudad en el buen año diez tras el milenio, entre la transición del noveno al décimo día del séptimo mes. Mi padre es Krid Setsonga, vigésimo tercer caball…
Argh, ¿qué estoy haciendo? No tengo tiempo para parrafadas, títulos nobiliarios ni demás cosas superfluas. Tengo que ser rápido…”

-¡Miau, déjame ver!
-No.
-Pero…
-Mira, Agnostes, si quieres tener sardinas frescas en cada comida, tengo que entregar esto al periódico. Esta edición conmemora el cuarenta aniversario de la batalla de Kalimore de 1610 y esta historia está muy relacionada con ella. Si la acabo, cobraré. ¡No me molestes más!
-Miau, no te interrumpiré más… si me compras boquerones.
-Ufff, maldito gato…

“Bueno, todo comenzó realmente hace tres años, cuando se desató la ira de los dos pueblos que gobiernan Kalimore y la guerra entre los Setsonga y los Zeravla se convirtió en una feroz realidad. Mi querida Aicila Zeravla se vio obligada a dejar de verme, mientras yo, con su recuerdo en mente, me veía obligado a matar a todo aquel que llevara los colores de mi amada en las verdes praderas de Kalimore.

Tal era mi desesperación por esta situación que recurrí a algo que nunca debería haber siquiera pensado: Aicreg”

-Miau, quizá deberías aclarar que Aicreg es el reducto de la mitología griega, donde están todos los personajes fantásticos que sobrevivieron a las últimas purgas...
-Minino, eso lo sabe todo el mundo. Es como si tuviera que aclarar que la Tierra es plana…
-Es redonda.
-…
-Puff, humanos…

“Fue allí donde busqué desesperadamente la posada de Sedah, lugar en el que las malignas criaturas que sobrevivieron a las purgas y al Olimpo se refugian y aceptan encargos que satisfagan sus perversas necesidades.

¿Por qué me había acercado ahí y no a Opmilo, la terminal de los Dioses? Pues porque el Dios que yo buscaba, Cupido, el cual podría calmar la lucha con sus dardos de amor, había sido desterrado, por esa tendencia actual de ver el amor como una enfermedad que nos corrompe los sentidos.

Sin embargo, no encontré a quien buscaba. Sin embargo, quien me buscaba me encontró a mi…
Medusa”.

-¿Medusa, miau? ¡Pero si lleva años retirada!
-Este relato es de hace bastante, te recuerdo.

“Medusa me pidió como recompensa contemplar a mi amada, alegando que quería ver si realmente tenía algún motivo para esforzarme tanto. Aunque me resultó extraña su petición, acepté si me prometía acabar la guerra sin derramamiento de sangre. Me dio su palabra de honor, de la cual debí haber dudado en todo momento…

Ungh, apenas puedo mover ya las piernas. Pero aún tengo tiempo…

No contaba con que Medusa usaría a los siervos renegados de Atlas y Poseidon para el cometido que se le había encargado. Después de la última purga, muchos de los seres destinados a servir a los Dioses los dejaron de lado y se asociaron a los seres de la oscuridad. Por mi culpa, Medusa los contrato y convirtieron Kalimore en un pantano sin fin, respetándonos únicamente a mí y a Aicilia. Por mi culpa, mi país despareció… sin derramamiento de sangre. Por mi culpa…”

-Miau, ¿no da más detalles el original?
-Supongo que Inad se sentía muy culpable…

“Cuando Medusa decidió cobrarse su deuda, me di cuenta del segundo engaño. Su mirada de horror se iba a clavar en mi amada. La iba a perder por culpa de esos ojos, de esas serpientes…
Pero mi espada fue más rápida y, de un solo golpe, decapité a Medusa.”

-Miau, está claro que este tío no tenía el don de la escritura. Hasta tú escribes mejor, Dirk.
-¿Cómo me debería tomar eso?

“Sin embargo, el mal ya estaba hecho. Mi verdadera amada había visto en los ojos de Medusa el destello necesario para que su cuerpo, su divino cuerpo, se convirtiera en una pétrea estatua que, ante mis ojos, cayó de espaldas para hundirse en un pantano…

Ufff… he de apurar más o perderé la sensibilidad de los dedos…

Finalmente…

Argh, no, aún no…

Recogí la cabeza de Medusa…

Ungh…

Y… miré… sus ojos…”

-Aquí hay un borrón y acaba el escrito del hombre.
-Miau… No me gusta ni la trama ni la forma de escribir de este tipo…
-Bueno, supongo que es lo que tiene estar convirtiéndose en piedra, ¿no?

Este diario, tan poco claro en muchos de sus puntos, parece ser el último vestigio de la historia de Kalimore. Es sabido que en documentos antiguos se le llamaban “Las Pradera de Kalimore”, pero hasta hoy no sabíamos el por qué.

Sin embargo, aunque Inad dejó de escribir aquí, el diario aún contiene una página más. Se trata de unas breves frases, escritas con una bellísima caligrafía, y que dicen lo siguiente:

“Lamento que por mi tardanza todo haya acabado así, pero para ti y para Aicila aún hay esperanza. Ninguno de los dos ha sido totalmente afectado por la maldición de Medusa. Os volveréis a ver dentro de mil años.

Con todo mi amor, que es mucho, Cupido”.


***

- Dani, ¿has acabado ya? Se nos hace tarde. Van a cerrar el cine.
- Espera, Alicia. Me ha llevado dos días acabar el relato y quiero darle los últimos toques antes de entregarlo.

Mi mujer se acercó a mí, que seguía absorto mirando la pantalla del ordenador. Me había llevado dos días acabar mi pequeña obra literaria para el concurso de relatos acerca de la mitología. Ahora estaba corrigiendo faltas que Word no se había molestado en señalar, releer el texto, incluir mis adorados juegos de palabras…

Alicia se acercó a mí, se sentó en mis rodillas y, robándome el ratón, empezó a leer el relato. No dijo nada hasta que llegó a la parte de la Leyenda.

-Oye, espera… “Anid Setsonga”… “Krid Setsonga”… “Aicila Zeravla”… ¡Son todos anagramas!
-Me alegra que te hayas dado cuenta.
-Era de esperar. Siempre andas jugando con los nombres, Dani. Es más, me juego que todos los nombres del relato son anagramas.
-Bueno, todos no. De los inventados, hay cuatro que no.
-Voy a seguir leyendo.

Cuando llegó al último punto, me miró a los ojos, con una expresión pícara.

-¿De verdad que el caballero sólo escribió eso? ¿Y Cupido solo le dejó esas sosas palabras? Vamos, Dani, pensé que querías contar nuestra historia en condiciones. Te comes toda nuestra relación, no dices nada de lo que hicieron los siervos de Medusa, ni siquiera mencionas que le arranqué una serpiente a esa víbora…
-Cari, es un relato corto. Pero te prometo que en cuanto encuentre el diario, te lo dejo para que lo leas.
-Vale, pero vamos ya, que nos cierra el cine, Dani.

Subí a mi coche y mi querida Alicia Álvarez, mi amor, el único que ha podido vencer el tiempo, se sentó a mi lado. Con gesto pensativo, comentó:

-Ahora que hablamos tanto de la mitología que dejamos atrás, ¿te gustaría escuchar algo de la de ahora?
-¿Mitología actual? ¡Si la gente de hoy día no cree en eso!
-Bueno, hay gente que sí. Sobre todo en la teoría Apos Crifos.
-¿Apos Crifos? Cuéntame, Ali.
-Se le llama así a la teoría de las dimensiones de las letras. Sus seguidores creían que, cuando escribes, creas un mundo en el que los protagonistas son seres de carne y hueso. Pero, además, afirman que nosotros también somos personajes literarios.
-¿Quieres decir que para esa gente esto que hablamos ahora lo está escribiendo alguien?
-Y no sólo eso, sino que ese alguien está siendo “escrito” por otro ente.
-Uff, eso se me escapa, Ali…
-Bueno, esperemos que el que está escribiendo ahora haga que el borde del taquillero nos haga un descuento.

Con una sonrisa en la cara, no pude evitar pensar que me gustaría conocer cara a cara a nuestro escritor, si es que existe. ¡Le debo un gracias por permitirme estar con mi Ali!

Aquí acaba mi relato. Mi intención era hacer tres historias que, aunque son independientes, se complementan, como piezas de un puzzle. Espero haberlo conseguido...

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