27 de junio de 2012

Filosofía de la ducha

Suena el despertador y me levanto. Bostezó. Agarro una toalla y más dormido que despierto me voy a duchar...

El agua refresca mis miembros. Los desentumece. Mi cuerpo empieza a decir ese "hola, mundo" que se le resistía segundos ha. Me siento relajado, quizá debido a la neblina que aún cubre mis recuerdos, mis angustias. Pero la corriente de agua, cálida y constante, empieza a llevarse todas las brumas...

Me acabo de fijar en algo... un pequeño chorro de agua se ha desviado de la ducha, y ha ido a parar a mi ojo derecho. Por entre las pestañas se esparcen gotas que caen... Parecen lágrimas... 

Lágrimas falsas... Sonrío de forma irónica. Lágrimas falsas. A veces son las únicas que se pueden llorar. Porque hay veces que las lágrimas de verdad están vetadas, totalmente prohibidas. Hay veces que el agua de las lágrimas debe dártela una fuente alternativa, que las emociones que lloran deben de ser creadas por los clichés de siempre, que en vez de resbalar por tu mejilla deben saltar al vacío desde tus pestañas...

Porque hay lágrimas que no deben de ser lloradas. Porque nadie entenderá por qué las lloras. Ni tú. Ni la persona por la cual caen... Porque hay lágrimas que tienen que ser falsas...

Cierro el grifo. Seco las lágrimas que cubren mi cuerpo. Las penas artificiales se van con ellas. A veces me gusta pensar que parte de las de verdad también. Pensar que esta toalla tiene algún tipo de magia que seca las emociones...

Me siento, ya seco. Me pongo en mi postura de pensar. Codos sobre las rodillas, inclinado en un ángulo casi doloroso, con el torso totalmente recargado en mis brazos, con ambas manos en las mejillas. Me dejo llevar por mis pensamientos. Me voy lejos, muy lejos de mi cuerpo...

¿Qué he hecho mal? ¿Qué he hecho bien? ¿Qué me hizo feliz? ¿Qué me hizo llorar? ¿Qué pasó?

Abro los ojos. Al final todo se reduce a un nombre, un maldito nombre. Como siempre. No siempre ha sido ese nombre, pero siempre es uno, único, inconfundible. Que hace que me tiemble el corazón por un instante. Que me acompaña de la mano hasta que él y yo estamos listos para soltarnos, e ir cada cual a nuestro lugar...

Me visto rápidamente. Recojo un poco. Y durante una fracción de segundo, el tiempo que lleva agarrar la manilla de la puerta para salir del baño, tengo mis dos últimas certezas...

La primera, que no se que me espera más allá de ese gesto que me sacará de esta sala.

La segunda, que espere lo que me espere, no estará marcado por las lágrimas falsas que aquí abandono.

Salgo. Ha pasado una hora. Debo apurar, o una vez más llegaré tarde.

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