10 de mayo de 2012

Viajando sin miedo

Un amanecer más, en el tren. Estoy en una posición cómoda. Pierna izquierda sobre la derecha, apoyada por un poco más allá del tobillo. Un poco recostado sobre el asiento. Y el portátil en la bandeja que está enganchada en el asiento de delante. Tengo la mochila a mi lado, ocupando el otro sitio, y me sirve de apoyo para el brazo derecho, ya que estoy en la izquierda. Lado ventana.

Fuera hay bastante luz. Me encanta esa sensación de redescubrimiento que trae cada cambio de estación. Te das cuenta de lo que echas de menos algunas cosas. La luz, el calor, esa premonición feliz que te dice que dentro de poco estarás de vacaciones… El otro día me descubrí añorando estar nervioso ante un examen, esa perspectiva de desafío, mezcla de determinación y miedo.

Me acordé de una conversación que tuve con mi padre, acerca del miedo. De una frase concreta, para ser exactos. “El miedo nos hace sentir vivos”. Si lo piensas un poco, no es tan descabellado…

¿Alguna vez has creído, aunque fuera por un solo segundo, que ibas a morir? Yo recuerdo una vez de pequeño, en la playa. Día con bastante oleaje. Con una “tabla” de surf (que más que tabla era tablero), comprada en los chinos por cuatro o cinco euros. Jugando a coger olas. En esto, una más grande que las demás… y claro me emociono. Hasta que me doy cuenta de que la ola es más alta que yo aunque me ponga de pie en el agua. Y está empezando a romper…

Doy vueltas bajo la superficie. La tabla la tenía atada a la muñeca con una correa, y me golpea. Me agobio, y trago agua. Empiezo a notar que me falta aire. Creo que lloro…

Segundos después, estoy en la orilla, boca arriba, con la tabla sobre la pierna. Toso, escupo, lloro. Y tiemblo de miedo.

¿Que seguramente no corrí demasiado peligro, ya que no estaba demasiado lejos de la orilla? Filosente así lo ve. Pero Ismael, ese niño de seis años, os juro que se vio a las puertas de la muerte. Y creo que pocas veces me he sentido tan vivo como esos minutos, tirado en la arena mojada, mientras recuperaba el aliento y mi madre, preocupada, venía a ver que me había pasado.

Hay gente que dice que el miedo te hace esclavo. Quizá. Aunque yo creo que somos nosotros los que nos esclavizamos al miedo. El miedo, a mi modo de ver, es necesario para vivir. Temer a lo desconocido nos hace cautelosos, y eso nos ayuda a evitar muchos peligros. Los niños, cuando aún son muy pequeños, no tienen miedo, realmente, solo curiosidad. Y es por ello que sus padres tienen que velar por ellos.

Yo con dos años toqué una plancha encendida. Y con tres me tragué un pin, y casi me ahogo. Con cuatro o cinco, quizá seis, me pille los dedos con una puerta. Y así, con otras cosas, toda mi vida. ¡Y lo que me queda!

Me estoy clavando un pivote del lateral del tren. ¿Qué narices es? ¿Un remache? Si muevo un poco el brazo, quizá… Vale, así mejor.

De todos modos, si que es cierto que el miedo puede pasar de ser una especie de alarma benigna a una dura carga. Aunque eso ya no es miedo en si. Eso más bien es “miedo a”. Y el miedo a suele derivar en perder la oportunidad de. Por ejemplo, por miedo a declararte, puedes perder a esa persona, que quizá sienta lo mismo que tú, pero esté en tu misma situación. O por miedo a suspender puedes dejar de presentarte a un examen. O evitar un viaje, por si se estrella el avión. O no querer conocer a nadie, por miedo a que nos hieran.

 Pero para mi hay algo aún peor que el miedo a. Yo lo llamo “miedo a miedo a”. Son esa clase de cosas que hacemos por miedo a no hacer algo que nos provoca un miedo a. Pondré un ejemplo: la gente que hace locuras por tener algo que contar. Esa gente tiene miedo a no tener nada que decir sobre si mismo en un futuro, a tener una “vida aburrida”. Digamos que el miedo a miedo a viene siendo una especie de intento de cura que acaba saliendo peor que la enfermedad, ya que muchas veces acabas actuando a la desesperada.

Un caso muy típico también es aquella persona que se declara después de que la persona de la que está enamorad@ encuentre pareja. Su miedo a era “declararse y no ser correspondido”. Y su miedo a miedo a es la propia declaración. ¡Que al final no es otra cosa que miedo!

Me asusta estar con estas reflexiones a las siete y media de la mañana.

Yo he de reconocer que, bajo la excusa de “al menos tenía que intentarlo”, he pecado bastantes veces de “miedo a miedo a”. Y esto me ha servido para darme cuenta de una cosa: el miedo mal entendido nos impide ser felices, ya que nos paraliza, y evita que hagamos lo que realmente queremos hacer.

¿Y qué es el miedo mal entendido? El miedo al miedo.

He escrito tantas veces “miedo” que ahora las letras de la palabra me bailan, y de repente he tenido que revisarla para ver si la he escrito bien. ¿Nunca os ha pasado eso de que de repente la palabra parece perder su significado? Que te preguntas… ¿y por qué al miedo se le llama miedo?

El miedo al miedo es el “mal del previsor”. El evitar hacer algo por miedo a que te de miedo lo que pueda pasar si lo haces. La mayor gilipollez que existe, si lo piensas fríamente, pero también una de las más generalizadas. Caso típico: la atracción “supermegahardcore” del parque de atracciones que más rabia te dé. A mi, por ejemplo, me gusta recordar la Torre del Terror, de Disneyland París. Caída libre desde una altura de trece pisos. Y el comentario de fondo de alguien del grupo: “huy, ahí no, que me da miedo”. ¿Qué le da miedo exactamente a esa persona? ¿La atracción en sí? Es decir, ¿tan terrorífico es el conjunto de hierros/materiales de los que esté formado? Si lo piensas un poco, lo que le da miedo realmente es lo que va a sentir cuando se suba a la atracción. ¡Tiene miedo a que le de miedo!

Hum, tres paradas para la mía. Llevo casi media hora dándole a la tecla. Malditos informáticos…

Si te has sentido identificado con alguna de estas anécdotas, o has visto aquí escritos tus miedos, no te avergüences. Sea como sea, el miedo es muy animal, y también muy humano. Todos tenemos miedos, algunos incluso absurdos o irracionales. Como las fobias. Pero lo importante es que el miedo no te paralice. Es una frase gastada, pero para mi sigue teniendo mucho significado: “no es más valiente quien menos miedos tiene, sino quien más los enfrenta”. ¡Porque, aunque sea temblando como un flan, vivir hay que vivir!

Ya se ha subido Dani. Asi que nada, toca cerrar… ¡qué este hombre si que da miedo!

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