25 de agosto de 2014

El tiempo pasa. Como un vendaval arenoso. Erosiona las cosas que sobresalen, y todo lo iguala. Crea un sitio para cada cosa... Y claro, para el tiempo yo no soy una excepción.

¿Sabes? Me acabo de dar cuenta de que este doce no suspiré añorando. Y que este dieciocho no he llorado. Que la noche del dos al tres me sorprendió despistado... Porque al fin y al cabo, son simples números. Por mucho misticismo, por muchas ilusiones que quiera darle. O que le hubiera dado en un pasado que, a día de hoy, cada vez queda más lejos.

Este día no tiene nada que lo distinga de los otros. Es especial porque lo vivo, sin más. Y, aunque se que no debería, este día los recuerdos me han hecho dar la vuelta un segundo, para mirar atrás... Y caray, ha sido toda una experiencia ver que he tenido que entornar los ojos para poder ver de donde he venido. Que mis huellas se pierden en el horizonte, y que las realidades están tan asentadas que parece imposible que vengan de donde vienen.

Hace nueve meses y tres días, me pedí una cosa. Me prometí a mi mismo que iba a ser libre. Y creo que no voy mal. Miro todas las ataduras que he roto, me veo reflejado en el espejo de mis propias exigencias, y veo alguien diferente en mi mirada. Al fin percibo cosas en mis ojos. He visto amor, he visto dolor, he visto risa y he visto lágrimas. Los he visto brillar, apagarse y reencenderse con fuerza...

El primer amor, dicen, nunca se olvida. Y esa persona, aún no siendo la primera en muchas cosas, tiene ese título para mi. Aún cuando me olvide, aún cuando me evite, aún cuando me aleje de su lado...

...pero eso es todo. Nunca se olvida, pero termina. Y hace meses que eso terminó. No hay una niña de ojos de luna charlando con un sol dorado a la orilla de mi corazón. Todo eso son chácharas de poetas tristes, que suspiran y recogen sus versos con la ilusión de saber que alguien vendrá a inspirar unos nuevos, más intensos por ser presentes, más vividos por ser recientes... Y mucho más fuertes, por saberse perecederos.

No hay más secretos que contar. No hay más regalos que entregar. No hay puertas cerradas en busca de llaves, no hay objeto sin encontrar, no hay un viaje anhelado. El púrpura vuelve a ser un color, la complicidad se ha ido y, ante todo, ese brillo se ha alejado de mi vida.

¿Anacrónico? Quizá. Ya digo, han pasado meses. Un día y medio por cada uno que duró. Pero mi vida sigue, y tengo que llegar tan lejos como ella me lleve. Más aún. Y está claro que, por mucho que digan los poemas, no todas las señoritas vuelven.

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