26 de agosto de 2012

Hablando de oídas

Hay muchas formas de alcanzar la quietud, la calma, la ataraxia. Hay gente que necesita subir su adrenalina hasta límites insospechados para luego, tras ese subidón, encontrar la paz en el día a día. Algunas personas se suben a lo alto de una zona elevada y gritan. Yo busco escuchar el silencio...

¡Pero es muy difícil! ¡Siempre hay algo que evita que lo escuche! Un grito de fondo, un coche que pasa, una llamada, Avast, el vecino gritando... Hay mil y un rumores que camuflan mi anhelado silencio. ¡Ojalá pudiera eliminarlos...!

Aunque el otro día me pasó una cosa curiosa.

Estaba intentando escuchar el silencio. Y, para variar, empezaron a escucharse mil y un ruidos. El hijo de la vecina tenía una rabieta. Un perro ladrando fuera. Una moto, a mayor velocidad de la que debía. Y música... una música bella. Violín. Algo tan armonioso en tanto caos...

Mi mente dejó de buscar el silencio, y se dedicó a seguir la cadencia de las notas. La melodía me subía y bajaba, me llevaba de la mano. Y, tras casi media hora, la canción paró bruscamente. Me quedé a la espera de que reanudara...

Pero el ambiente solo me devolvía el silencio...

Solo silencio...

¡Silencio!

Desde ese día, intento que cuando el caos de otros impide que alcance mi quietud, sin perder de vista mi objetivo, desviar mi atención a lo que abarca mi momento. Y cuando los rumores de los demás se acallan, el silencio acaba envolviéndome... Al fin y al cabo, nosotros también somos ruido para los demás.

No te frustres por no escuchar lo que quieres. Es mejor querer escuchar lo que suena.

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