24 de enero de 2010

Paco Juan y los cuarenta presidiarios

El año pasado, como redacción en lengua, nos proponían hacer una adaptación de un cuento popular. Yo quería hacer el de Pinocho, la marioneta adicta al chocolate que quería ser un niño de verdad y solía estar más salido que el rabo de una boina (vamos, que solía estar "pinocho"). Sin embargo, debido al rechazo de mi profesor, acabé haciendo una "adaptación" de "Alí Babá y los cuarenta ladrones": Paco Juan y los cuarenta presidiarios.



Paco Juan y los cuarenta presidiarios
Éranse una vez dos hermanos que vivían en Madrid. El mayor, Carlos, era un hombre muy rico y vivía en un lujoso piso en el centro de la capital. El otro, Paco Juan, era un hombre muy pobre que vivía en el campo, a las afueras de la ciudad. Carlos nunca iba a visitar a su hermano porque le daba vergüenza que sus amigos le vieran en compañía de un campesino.
Cierto día, Paco Juan salió camino a la ciudad. Para llegar tenía que atravesar un bosquecillo, así que cogió su bicicleta y se marchó en ella. Llevaba dos sacos de patatas colocados más mal que bien en la bici, así que la marcha era muy lenta. De hecho, era tan lenta que al atardecer aún no había llegado a Madrid, así que paró a descansar en un claro.

En ese momento, nuestro protagonista oye unas voces. Primero se le pasó por la cabeza ir a saludar, pero lo que escuchó le hizo cambiar de opinión: ¡Corred, malditos! ¡Apurad u os llenaré la cabeza de plomo!

Temiendo por su vida, Paco Juan se subió a un árbol y se quedó agazapado. Cuando se atrevió a asomar la cabeza, se encontró con cuarenta hombres vestidos con trajes de rayas blancas y negras. ¡Presidiarios!, pensó.

El más alto de todos tomó la palabra: ¡Vale, malditos! Hemos llegado. Ahora, entremos. Tras decir estas palabras, se acercó a una piedra y la giró. Dentro había una especie de teclado, en el cual escribió unas palabras. Paco Juan supo cuales eran porque el hombre las iba deletreando: A-b-r-e-t-e-S-otra e- s-a-m-o. Seguidamente, apretó un botón verde en la piedra y, con un leve chirrido, el suelo se abrió, dejando ver unas escaleras y unas paredes metálicas. Sin mediar palabra, los cuarenta forajidos entraron dentro. Fue ahí cuando Paco Juan vio que cada uno llevaba un saco.

Después de que se cerraran las puertas, nuestro pobre amigo no se atrevió a moverse por temor a que los forajidos le descubrieran y le matarán, así que pudo ver como salían de allí… sin las bolsas.

Superados sus miedos, se acercó a la piedra, la volteó y escribió en ella la frase ¡Ábrete, Sésamo! Tal y como sucediera antes, se abrió el suelo y Paco Juan entró.

Sus ojos se abrieron como platos al ver la cantidad de dinero que ahí había. Miles de fajos de billetes de todas las clases, apilados por regiones, llenaban la enorme estancia. Se sorprendió al ver dólares, pesetas, francos y algunos tipos de billetes que no supo identificar. Sin perder tiempo, salió a buscar su bicicleta, vacío los sacos de patatas, los llenó de billetes y salió corriendo de allí.

Al llegar a casa, su mujer se extrañó de verlo tan nervioso. Sin embargo, en cuanto vio el dinero, se puso a temblar de emoción. Tal era la excitación que tenía que no era capaz de contarlo, así que decidió apilar los billetes en fajos y meterlos en un maletín para llevarlos al banco, pero como sus maletas estaban viejas y raídas y podría perder el dinero decidió ir a la ciudad al día siguiente y pedirle una a su cuñada.

Era ya medio día cuando Rocío, la mujer de Carlos, recibió a Claudia, la esposa del hermano de su marido. Le pareció extraño que le pidiese un maletín, por lo cual decidió echar un poco de pegamento de secado lento en una esquina del mismo para ver así para que iba a usarlo. Así lo hizo y, cuando a la noche se lo devolvió, se encontró un billete de alto valor de una moneda desconocida.

Llena de envidia, se acercó a su marido y le gritó: ¡Siempre me has dicho que tu hermano es pobre! ¿Cómo es que comercia con dinero extranjero de tanto valor?

Carlos, dolido por no haber tenido noticias de su hermano, fue a verle. Tras una acalorada discusión, a Paco Juan se le escapó la manera de la que había obtenido el dinero. Le pidió a su hermano que no fuera, dado que era muy peligroso. Tras convencerle de que no lo haría, Carlos volvió a su casa, alquiló un camión de grandes dimensiones y una carretilla y se dirigió al bosque.

Tras aparcar el camión en el linde, llegó al lugar que Paco Juan le había indicado y maravillado comprobó que la historia era cierta. Sin perder tiempo, entró y… se encontró cara a cara con los cuarenta presidiarios.

Estos, extrañados al ver patatas en el suelo de su guarida, habían decidido montar guardia por si alguien había descubierto su escondrijo.

Al ver entrar a ese hombre, le pusieron una pistola en la cabeza. En que parecía ser el jefe le dijo: ¡Maldito! ¡¿Cómo osas robar al Rebana y a su panda?! ¡Morirás por mentecato!

Carlos, suplicando de rodillas, juró y perjuró que él no había sido, que el culpable era su hermano y que les diría dónde vivía si le dejaban libre. Los ladrones aceptaron y Carlos fue en busca de su mujer y juntos huir del país.

Unos días más tarde, a la noche, Paco Juan recibió la visita de un hombre que decía ser butanero y que traía cuarenta bombonas. Al parecer se había perdido y pedía descansar en la casa de nuestro protagonista a cambio de un dinero. Paco Juan le impidió pagar y lo sentó a la mesa.

Claudia se quedó sin gas en la cocina y decidió ir a coger una bombona de su invitado, pensando en pagarle luego. Cuando se acercó a una para cogerla, una voz le dijo: ¿Ya es hora? Imaginando con horror la identidad de la voz, se le ocurrió decir que aún no. Bombona tras bombona le pasó lo mismo hasta que llegó a una que si que era de gas, la cual pensó en llevarse. Sin embargo, se le ocurrió otra idea. Llamó a su marido diciendo que había visto algo raro fuera y que por favor fuese. Paco Juan se disculpó con su huésped y fue a ver qué pasaba. En esto, la mujer encendió el fuego de la cocina y abrió la llave del gas rápidamente. Tras eso, fue al encuentro de su marido.

Se oyó una enorme explosión. Tras eso, el sonido del fuego quemando algo. Y luego, la voz de Claudia diciendo: Paco Juan, no te preocupes más de esos desalmados

Y tras mudarse a la vacía casa de su hermano y vaciar la guarida de los ladrones, vivieron felices y comieron perdices.


Vale, se que es cutre, pero aprobé :B

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