29 de octubre de 2011

Candados

"- Si, bueno... mmm... mira, mejor dejar ese tema.

Otro candado...

Pero esta vez no me asustan. Sonrío mientras todo parece volver a la normalidad...

Menos para mi, claro.
***

No importa mi nombre, ni como soy, ni donde vivo, ni de donde vengo, ni a donde voy. Esos son mis candados y, si quieres seguir esta historia, tendrás que aprender a respetarlos.

Desde que nací he tenido un don: puedo ver los secretos de la gente. O al menos, saber de su existencia. Aunque para mi la palabra "secreto" no significa nada. Para mi son... "candados".

Es dificil de explicar. A veces, miro a alguien y noto que su alma esta bloqueada. Hay dentro algo que su dueño no quiere que salga. Esta bajo una llave de sentimientos: dolor, alegría, angustia...

No podría precisar cuando fui consciente de los candados. Cuando eres pequeño no existen: no necesitas guardar lo que sientes. Pero yo miraba a los adultos y podía leer emociones en sus ojos: sabía cuando la señora Pilar estaba preocupada por algo, o cuando don Rodrigo necesitaba ir a dar un paseo para despejar la mente de sus problemas.

Creo que el primer candado que vi como tal fue cuando tenía doce años. Estaba con un amigo, en su casa, y de repente se oyó un golpe en la cocina. Miré a mi compañero extrañado...

Fue como si el tiempo se detuviera. Mi vista parecía obviar todo lo que no fuera el rostro de mi amigo, y mis oídos dejaron de escuchar nada que no fuera su respiración, los latidos de su corazón, sus palabras distorsionadas. Y en este marco, percibí que sus ojos brillaban con lágrimas...

De repente todo volvió a la normalidad. Mi amigo tenía una sonrisa y me decía que nada, que seguramente a su madre se le había caído el salero o una olla.

Pero había una diferencia: justo sobre el corazón de mi amigo, flotando, había un candado.

Desde entonces he visto muchos candados y he aprendido más de ellos. He descubierto que los candados tienen tres estados: cerrado, roto y abierto.

Un candado cerrado es aquel que guarda un secreto. Son los candados que yo percibo en la gente.

Si logro saber que le pasa a esa persona, a veces puedo forzar ese candado y romperlo. Las palabras exactas o enseñar un objeto pueden ayudarme a que esa persona se abra ante mi.

Sin embargo, a veces es la propia gente la que decide liberarse de sus candados. En ese momento, el candado se abre y desparece.

No todo el mundo reacciona igual cuando sabe que conoces sus secretos, sus candados. Hay gente que trata de restarle importancia, gente que trata de alejarse, gente que se enfada.

Pueden engañar a otros, pero no a mi.

La primera vez que rompí un candado fue poco despues de ver el candado en mi amigo. Por aquel entonces, yo estaba enamorado de una chica de mi edad. Lorena, que así se llamaba, era una niña muy risueña, pero un día descubrí que detrás de su permanente sonrisa había un candado.

La clave fue "padres". No recuerdo de lo que estábamos hablando, pero cuando ella dijo esa palabra volvió a pasar. El tiempo se detuvo y la escuché pronunciar "padres" a cámara lenta. Mientras lo decía, su sonrisa despareció de su cara y una expresión de angustia le cubrió el rostro. Y un candado se materializó frente a su boca.

Aún no entiendo muy bien como funciona esa visión de "tiempo ralentizado". Creo que soy capaz de percibir aquellas palabras que hace que la gente recuerde sus candados y, por un momento, puedo ver más allá de todas sus máscaras y secretos.

O algo así.

Aquel día, llevado por ese heroísmo infantil de querer rescatar a mi princesa, empecé a investigar. Fui a la puerta de su casa y vi salir a su padre.

Mi percepción se incrementó muchísimo cuando dirigí mi mirada a sus ojos. En ellos pude ver furia y decepción, reproches contra él mismo y contra el mundo... Y toda una lista de candados, que apenas me dejaban ver su cuerpo.

El padre de Lorena subió al coche y se marchó. Sin embargo, yo ya sabía todo lo que me hacía falta...

No voy a relatar la conversación con Lorena. Es otro de mis candados. Solo os diré que aquel día aprendí una cosa: no soy nadie para romper los candados ajenos. Mi don me permite ponerme en una posición privilegiada, pero no debo abusar de él... o puedo crear más candados.

Candados que nunca podrán ser abiertos...

Poco despues de hablar con ella, despareció de mi vida... yo creí que para siempre.

Odié mi don.

Odié los candados.

Lo odié todo...
***

El tiempo pasó. Después de mi desastre con Lorena empecé a tratar de ignorar los candados. Los seguía viendo, pero intentaba no hacerles caso. Cuando mi percepción se disparaba, cerraba los ojos y trataba de desconcentrarme.

Y así hasta el mes pasado.

Tras tanto tiempo huyendo de mi don, él parecía haber huido de mi. Hacía varios años que no veía ningún candado y, aunque seguía siendo capaz de ver cosas en la gente que nadie más percibía, ya no había aquellas ralentizaciones de tiempo que antes me torturaban. Me sentía feliz por poder ser uno más.

Sin embargo, como adolescente que soy, también tengo mis problemas.

Un día tuve una discusión particularmente violenta en casa. Me marché a las tres de la mañana llorando, sin dinero, ni destino, ni ganas de volver.

Hay un lugar en la ciudad donde vivo que me relaja. Es una especie de estanque en un parque poco transitado. El agua allí es muy limpia y, en las noches de luna llena, se ilumina como si hubiera un foco enorme. Allí fue donde me quedé, reflexionando. Una vez superas la tristeza, el odio, la ira, el dolor... no queda nada.

Me sentía muy vacío por dentro...

Estaba amaneciendo cuando una idea se me pasó por la cabeza. Me asomé al estanque y...

Si, ahí estaba.

Mi reflejo estaba alterado: me veía a mi mismo, rodeado de cadenas, amordazado... y con un solo candado colgando de mi pecho.

El "yo" que estaba en el agua de repente levantó la vista. Posó sus ojos en los míos y vi... vi como lloraba.

Vi angustia.

Vi miedo.

De repente, una mano surgió desde el fondo del estanque y pasó delante de los ojos del amordazado. Y mi yo no parpadeó.

No parecía haber visto la mano, tan concentrado que estaba en mi...

Eso o...

"Ciego... Has estado ciego..."

De rodillas frente al estanque, me quedé conmocionado. Hacía años que no veía un candado... porque mi propio candado me impedía ver los de los demás. No se puede dar lo que no se tiene...

No se cuanto tiempo estuve en esa posición. Solo se que, de repente, noté algo raro detrás de mi.

Me giré y... allí estaba, con la cabeza gacha y los ojos hinchados de llorar.

- Lorena...

Al oir su nombre, levantó la vista y me miró fijamente. Permanecía quieta, con dos grandes lágrimas recorriendo aún su rostro.

Hacía tanto que no la veía...

Me levanté e intente abrazarla, pero mis brazos la atravesaron.

En ese momento una voz dijo: "¿eres capaz de romper tu Psicocandado?"

Y desperté.

Estaba apoyado en un árbol, con la cabeza hacia un lado, con una pierna encogida y la otra estirada. Sentía frío y me dolía el cuerpo de la incómoda posición.

Aún así, no tardé mucho en levantarme e ir a la orilla del estanque. Miré en su superficie y vi mi reflejo.

No había ningún candado.

Al menos en apariencia.

Porque yo notaba el peso del candado en mi corazón.

Esa misma mañana volví a casa.
***

- ¿Cómo me has encontrado?

- Podría hacerle la misma pregunta.

Ella se quedó quieta, sonriendo. Yo trataba de mostrarme tranquilo, pues sabía que ahora el que estaba en desventaja era yo.

Así es como se siente la gente a la que observo...

-¿Vas a responderme, muchacho?

-¿Acaso tengo otra alternativa, señora?

La sonrisa se acrecentó aún más.

-Cuando quieras empezar, hijo...

No conocía a la anciana mujer que tenía delante y, a la vez, sentía como si siempre hubiera estado ahí. Como un familiar perdido o algo similar...

-Sinceramente, no estoy seguro de...

-Mira, joven, ambos sabemos a qué has venido aquí. Ese Psicocandado te está torturando de una forma que puede llegar a provocar que dejes de ser tú...

Lo sabía. Supe desde el primer momento que ella podía ver los candados. Es la única explicación...

Sino...

¿Por qué esa persona que estaba sentada ante mi tenía todos sus candados abiertos, sin desaparecer?

-Veo en tus ojos sorpresa, joven. Veo que nunca te habías encontrado a otro Empático, ¿verdad?

-¿E-empático? ¿Hay más gente...?

La anciana se echó a reir con una risa clara, cristalina, impropia de alguien de su edad.

-¡Por supuesto que si! Tú y yo no somos más que dos personas entre miles de Empáticos. No sé por qué la gente tiende a considerarse siempre especial por sus dones...

-Entonces... ¿usted es una Empática?

-Chico, no me gustan nada las preguntas tontas. A mi edad, cada segundo puede ser el último, y no quiero perder el tiempo. Así que si quieres hablar de una vez de tu Psicocandado, hablemos. Sino, deja que esta pobre anciana repose tranquilamente la comida...

Hay gente que no se anda con chiquitas...

No sabía que hacer. Realmente necesitaba hablar con ella. Era eso lo que me había llevado allí... El ver el candado de su cancela, tan similar a los candados que yo veo... Y el sueño de días atrás... No podía ser casualidad.

Psicocandados... Empáticos...

-Usted sabe mucho de todo esto. Antes de ver si quiero que sea usted quien rompa mi candado, quiero saberlo todo.

Otra sonrisa.

-Vaya, vaya... Eres el primer Empático que me lanza semejante desafío... Por ser, eres quizá la primera persona que se atreve a hablarme así...

Tragué saliva.

-... y eso me gusta. Aunque ahora mismo dudes.

-Creo que entiendo como se siente la gente ante los Empáticos. Es desesperante saber que cada cosa que piense o sienta no le pasa desapercibida... Bueno, miento, lo peor es saberlo y no ser capaz de hacer lo mismo.

¿A esa mujer no se le cansaban los músculos de la cara de sonreír?

-Eres capaz, pero no quieres... Pero has renunciado a la Empatía... Pero bueno, ya que creo que voy a acceder a tu petición, mejor empezar desde el principio.

Me senté en donde pude. Algo en mi interior me decía que debía estar atento, que toda mi vida me había conducido a ese lugar...

- Nadie sabe de dónde viene, ni por qué existe, pero que la Empatía es una realidad poca gente lo duda. Y con "gente", en este caso, no me refiero al ciudadano de a pie, que suele desconocer nuestro don, sino a aquellos que mueven el mundo. Empresarios, banqueros, políticos, militares... Nadie en las altas esferas pone en tela de juicio nuestro... poder.

Los Empáticos tienen, digámoslo así, dos "vertientes": por un lado, están aquellos que son capaces de observar en la gente sus secretos. Por otro lado, aquellos que pueden observar los secretos de forma directa.

Los primeros poseen una capacidad sensorial superdesarrollada. Son capaces de percibir la más mínima alteración de la persona y, así, adivinar qué pasa por su mente en cada instante. Es por ello que los Empáticos Sensibles prefieren hablar con la gente para adivinar lo que ocultan, ya que pueden observar la reacción de la persona palabra a palabra.

En cambio, los segundos no necesitan de una charla insustancial para adivinar los secretos de la gente. Les basta con mirarlos para percibir que ocultan algo. Ellos "ven" las penurias y angustias... y las ven en forma de Psicocandados. No se sabe exactamente si estos candados existen en realidad o son una simple forma de alucinación, pero lo cierto es que los llamados "Empáticos Visionarios" coinciden al afirmar su existencia.

En ese momento quise interrumpirla, pero con un gesto de la mano me pidió silencio.

- Sé lo que vas a decir. Te pido paciencia.

Hay dentro de los Empáticos un tercer tipo. Son los llamados Empáticos Puros, o simplemente Empáticos. Ellos pueden percibir de ambas formas los secretos de la gente. Y, además, tienen otro don más, algo por lo que muchos matarían: pueden romper los Psicocandados.

Un Empático Sensible o un Empático Visionario pueden lograr ayudar a aquel que tiene el Psicocandado a abrirlo, pero nada más. En cambios, los Empáticos como tú sois capaces de "forzar" los secretos de la gente, de romper todas las defensas, de desnudar su alma.

- Maldita la hora...

-¿Decías, joven?

Guardé silencio.

Así que eso era lo que yo era... Un Empático Puro, capaz de ver las señales de los demás, de contemplar sus candados... y de romperlos, si quiero...

Lorena...

- De todos modos, romper candados es algo que siempre conlleva un precio. Tu relación con esa persona, o la persona misma, puede quedar dañada para siempre si no sabes lo que haces... Por eso la mayoría de los Empáticos Puros prefieren intentar la "otra vía".

- ¿"Otra vía"?

- Se llama la apertura permanente. El poder de dejar un Psicocandado abierto, pero intacto. Los no iniciados en la Empatía lo llaman aceptación.

Cuando entraste pudiste ver que yo tengo muchos candados. Después de todo, he vivido mucho más tiempo que tú. Sin embargo, por tu expresión deduzco que todos ellos están abiertos... y eso me alegra.

Un Psicocandado abierto que no desaparece es un secreto que sigue ahí, pero que ya no duele. Algo que no es que esté oculto, pero tampoco está a la vista. Un recordatorio indoloro de algo que ha pasado, que siempre estará contigo para decirte lo que hiciste mal, pero no para torturarte, sino para evitar que suceda de nuevo.

Abrir un Psicocandado así requiere lograr que la propia persona comprenda una verdad dificil: que es imperfecta, que se ha equivocado, pero que aún así debe quererse y seguir viviendo.

- Yo...

Apenas podía hablar. Tenía un nudo en la garganta. Recordaba a Lorena, su imagen llenaba mi mente. Recordaba su candado... Aquel que había visto destruirse ante mis ojos...

- Yo... yo rompí un candado una vez. Era más niño aún que ahora. Tendría doce años...

Sabía lo que estaba a punto de hacer. Le iba a revelar algo que llevaba un lustro conmigo...

- Yo... había averiguado algo acerca de una chica que me gustaba. Sabía que tenía problemas. Sus padres discutían... él estaba viendo a otra. Y yo, yo...

Rompí a llorar.

La anciana se acercó. Con un gesto suave, me levantó la cabeza y me miró fijamente a los ojos.

- Sigue, vas bien - me susurró.

Me sequé las lágrimas y continué con voz entrecortada.

- Yo... yo solo quería ayudarla... Sabía que sufría y pensé que si el candado desaparecía estaría mejor... Pero lo único que logré fue crear otro candado. Ella... ella no sabía lo de su padre... Su candado era por las peleas de sus padres... La alejé de mi...

La quería... y aún la quiero...

Entonces oí el sonido de una puerta cerrarse. Pero estaba demasiado sumido en mi candado como para darle importancia.

La anciana se acercó a una pared y me invitó a que fuera con ella. Allí había un espejo enorme de cuerpo entero.

- Mírate.

Obedecí...

Allí estaba, mi reflejo. Con los ojos rojos de llorar, pero con un amago de sonrisa sincera.

Con un Psicocandado abierto.
***
Los años se suceden, y los candados y las señales han llenado los míos desde aquel día: el día que renací como Empático Puro.

Mi propio candado pasó de separarme de mi mismo a unirme a los demás. Ahora comprendo mejor como se siente la gente, puesto que yo mismo he estado encadenado.

Nunca más rompí un Psicocandado.

Desde que me encontré a Minerva, la Empática que me ayudó a abrir mi Psicocandado, he ido a visitarla todas las semanas hasta que, hace unos días, falleció. Nunca vi en ella un candado que no estuviera abierto.

A pesar de que aún soy bastante joven, Minerva me cedió antes de morir una responsabilidad: que guiara a los Empáticos que no quieran aceptar su don.

- Recuerda - me dijo - que si el mundo es como es no es por la gente mala que hay, sino por la gente buena que no hace nada. Recuérdate a ti mismo, delante de ese estanque del que me has hablado, con tu Psicocandado. Tú eres un Empático, quizá de los mejores que he conocido, pero a la vez eres una persona más. Eres especial y común. Y eres el único que puede ayudar a despertar a los que son como nosotros en el camino correcto.

Minerva tenía muchos contactos en todo el mundo. Ahora, ellos son mis contactos. Phoenix Justice, el Empático Sensible americano, amigo de toda la vida de Minerva y que vive ahora en la que fuera su casa, me informó el otro día de que sospechaban de una posible poderosa Empática en algún lugar cercano, en el pueblo en el que vivimos.

Es por eso que hoy escribo estas líneas. He decidido darle a esa persona parte de lo que oculta mi candado abierto. Quizá así ella pueda despertar a su don como yo lo hice..."

Una joven morena, de unos veinte años de edad, dobla las hojas de una larga carta que le ha llegado de alguien a quien no conoce...

Alguien a quien creía haber olvidado.

Una sonrisa se dibuja en su rostro.

- Yo también te sigo queriendo... Te quiero desde que te vi, te quería cuando nos alejamos, y te quise cuando te seguí hasta aquella casa y escuché lo que le decías a esa anciana...

Lorena cerró los ojos. Y tomó una decisión.

Sería él el que abriera su candado...

Y luego nunca más habría cadenas entre los dos.

1 comentario:

  1. Pongo todos mis candados en tus manos, seguro que sabrás qué hacer con ellos.
    Noelia

    ResponderEliminar