2 de diciembre de 2009

El árbol religoso

La semana pasada publiqué un artículo llamado Religión, en el cual dije que las religiones son bastante distintas. Hoy, reflexionando sobre una conversación que tuve hace tiempo ya con un filósofo, recordé algo y, curioseando en mis documentos, encontré lo que buscaba: un viejo relato sobre religiones que escribí para un trabajo. En él, un sacerdote contempla un viejo árbol y este le ofrece un descuento en sotanas de un 15% inspira para formular una teoría teológica.

Os lo dejo aquí, listo para ser disfrutado quemado.

En una tierra muy fértil nació un árbol. Nadie sabe cuando se plantó la semilla; para algunos es como si toda la vida estuviese allí, aunque nunca se fijaran en ella antes.
Un anciano sacerdote que paseaba por la zona en busca de respuestas a preguntas que el mismo se hacía encontró el árbol. Miro detenidamente el grueso tronco, del cual salían tres grandes ramas. La majestuosidad de estas contrastaba con la simpleza de las pequeñas que salían en zonas inferiores del tronco. Sin embargo, todas ellas daban el mismo fruto.
El sacerdote quedó aún unas horas más contemplando el tronco. Luego, con una sonrisa en los labios, marchó a su pueblo.
Llegó a la iglesia y preparó la misa de tarde. Tras la lectura del Evangelio, se dispuso a dar el sermón:
-          Hermanos – comenzó – creo que todos conocéis el viejo árbol que está en las afueras de nuestro pueblo. Sus raíces las raíces están profundamente sujetas a la tierra. El tronco tiene pequeñas ramas a su alrededor hasta que llega al final, donde se divide en tres grandes ramas. Sin embargo, todas las ramas, grandes o pequeñas, dan el mismo fruto.
Los feligreses asentían, acostumbrados a las divagaciones de su pastor. Sabían bien que estaba guiándolos a un punto, en el cual todo tomaría sentido.
-          Desde el momento en que lo vi, me di cuenta de que ese árbol encerraba algún significado. Hoy, tras muchos años, por fin lo he comprendido. Ese árbol es exactamente igual que la realidad que definimos como religión.
Todos los que le escuchaban quedaron atónitos.
-          Analicemos por partes. Este árbol esta en tierra fértil, a la cual se sujeta con profundas raíces. ¿No es esta tierra igual que Dios? ¿No es Dios tierra de la cual nacimos, que nos alimenta y da sentido a nuestra vida? Las raíces bien podrían ser el tiempo. La religión existió desde que el hombre tiene uso de razón. A lo largo de los años, las décadas, los siglos y los milenios, el hombre ha adorado a algo que consideraba superior: los prehistóricos adoraban al fuego, a la lluvia, al viento, a todo lo que no encontraban explicación. Los aztecas adoraron al sol y a los volcanes. Nosotros adoramos a Dios, que se nos ha revelado como Padre.

Esas raíces sostienen el tronco. Tronco que, en nuestro caso, es el sentimiento religioso que une a todas las religiones. El sentir la pertenencia a una religión, adoptar su forma de vida.

Las ramas que salen del tronco no son más que formas distintas de vivir el mismo sentimiento, distintas formas de interpretarlo. Las más pequeñas representan a las pequeñas religiones que existieron, existen y existirán. Pero no era de esas de las que hoy os quería hablar. Quiero que penséis en las tres grandes ramas. Aplicadas a nuestro tiempo, son las tres grandes religiones monoteístas: Judaísmo, Islamismo y Cristianismo.
Algunos de los feligreses quedaron horrorizados. ¿Eran imaginaciones suyas o el sacerdote estaba igualando las tres religiones?
-          Muchos pensaréis que me estoy equivocando – continuó él – lo veo en vuestras caras. Sin embargo, aún no os he podido hablar de algo.

Ese algo es el fruto. Quizá la única prueba de que lo que digo no son los delirios de un viejo loco. A pesar de todas las diferencias, el fruto siempre es el mismo: el amor. El amor de un Dios Padre que nos salva, de un Yavhé que nos ha elegido, de un Alá que nos ha guardado un sitio en el paraíso. Porque, realmente, las tres religiones no tienen tantas diferencias. Sabemos bien que el cristianismo procede del judaísmo y que el islamismo viene de estas dos. Pero lo que más nos une es que Dios, como quiera que lo llamemos, sigue siendo igual para todos: Dios es amor. “

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