15 de noviembre de 2009

A mi querido amigo.

¿A quién no le gusta recibir cartas? Bueno, entiendo que si son del Fisco no nos haga mucha gracia, pero yo hablo de cartas de amigos, de viejos amigos. Saber que alguien se acuerda de ti a pesar de tantos años siempre te agrada, ¿verdad?

Ese sentimiento es el que he tratado de recoger en este relato. No sé si lo he hecho bien o no, pero me apetecía intentarlo. Con vosotros, A mi querido amigo.



Queridísimo amigo:

Hoy, por fin, me he decidido a escribirte. Tenía tantas ganas de volver a hablar contigo tras tanto tiempo...


Aún recuerdo cuando te vi la primera vez. No tendrías más que tres mesitos, pero ya prometías. Tu cabecita no paraba de moverse de izquierda a derecha, de arriba a abajo, tratando de satisfacer tu curiosidad, fruto de lo que te soprendía lo que te rodeaba. Tus manitas cogían cualquier cosa que tenías cerca y se las llevaban a tu boca en un intento por comprender lo que te rodeaba.


Ese día no me acerqué a ti aún. "Eres muy pequeño", me decía, tratando de contener las ganas de cogerte en brazos.


No te perdí de vista desde ese día, querido amigo. Siempre estuve a tu lado, aunque tú no te dieras cuenta. ¿Recuerdas cuándo dijiste tu primera palabra? ¿Te acuerdas de lo que llorabas por lo que te dolía el nacimiento de tu primer colmillito?


Yo veía como crecías como si fuera parte de tu familia, con gran alegría y orgullo. Te hiciste un niño sano y fuerte, muy alegre y un pelín caprichoso. Ya no te asombrabas con la misma facilidad que antes, pero tenías que experimentar por ti mismo que la placha quemaba, que el barro no se debe comer y que morder hielo daba dentera. Y tu curiosidad me henchía de orgullo.


Cuando cumpliste seis años empezaste primaria, una de las cosas que más temía para ti. Durante preescolar fomentaron tu creatividad, te enseñaron las letras... y también preparon la primera base de lo que más odiaba...


Pero la vida seguía y tu ya tenías nueve años. Ya sabías leer, escribir y hacer cuentas. Empezabas a saber que los insectos tienen tres partes, dónde se sitúa el hueso conocido como "cúbito" y que Educación Física es una de las asignaturas más divertidas. 


Ya no necesitabas preguntar tanto acerca de la naturaleza y, aunque no sabías mucho, creías que nadie tenía más sabiduría que tú, y yo me reía... pero con la sensación de que algo iba mal.


El reloj no se detenía y ambos arrancamos páginas y páginas de nuestro calendario. Sabía que el momento de conocernos estaba cerca, lo cual me emocionaba casi tanto como me aterraba.


Poco a poco empecé a acercarme más a ti. Cuando tenías doce años nos cruzamos por la calle. Cumpliste trece y te envíe un regalo en forma de libro. Le pedí a tu padre que te lo regalase, ya que no quería que supieras aún quién era.


Hiciste catorce años y nos volvimos a ver. Esta vez, cuando pasé al lado tuya, te me quedaste mirando extrañado, como preguntándote de qué te sonaba. Yo, con gran dolor, tuve que alejarme. Aún no era el momento...


Y al fin hiciste quince años. Durante toda tu vida esperé ese momento, querido amigo. Te hablaron de mi, de pasada, cuando acabaste la ESO y tú caíste en la cuenta de que me conocías. Te preguntaste que había sido de mi, y empezaste a investigar sobre ello. Yo, simplemente, me dejé llevar.


Dieciseis años, cuatro meses, tres semanas y un día. Esa era tu edad cuando nos vimos por primera vez sabiendo ambos quién era el otro.


Nunca olvidaré ese día, querido amigo, aunque tú puede que si lo hagas. Nos abrazamos, tu riendo por haberme encontrado al fin, yo llorando de emoción. 


Hablamos hasta tarde, hasta que tus padres, sonriendo, dijeron que era hora de volver a casa. Tú prometiste volver al día siguiente tras conseguir fácilmente el permiso de tus padres.


Pasaron varios meses. Te conté todo lo que querías saber y mucho más. Hablábamos horas y horas. Hasta alguna vez trajiste a algún amigo y a alguna amiga para que participaran en nuestras conversaciones, aunque él o ella no siempre se sentía muy cómodo o cómoda conmigo...


Era tan feliz que me cerré en banda a la posibilidad de algo que sabía que podría suceder dentro de muy poco... Quizá trataba de hacer oídos sordos a la idea de que podía perderte para siempre sabiendo, como sabía, que yo nada podía hacer para evitarlo.


Y ese día llegó. 

Todo empezó un día que tuvimos una pequeña discusión por un punto en el que diferíamos. No era gran cosa, como una fisura en una gran roca. Pero poco a poco se fue metiendo agua en ese fisura en forma de dudas que tus "amigos" (que realmente no lo eran) te introdujeron. Ese agua se congeló, al igual que nuestra relación se enfrío, hasta que la roca partió y tu viniste a mi hogar para partir de mi vida...


No sabes bien lo que sufrí por ti. Veía como te alejabas de mi lado y te juntabas con aquellos que, en lugar de la verdad, te decían las mentiras que tu alma quería oir. Poco a poco olvidaste todo lo que habíamos hablado. Mi cara era un borrón en tu memoria. Hasta te vi tirar aquel libro que, con gran cuidado, te había echo llegar hacía tantos años...


Querido amigo, no he dejado de esperarte nunca. Puede que nunca nos volvamos a ver, o puede que si, no lo sé. Hay veces que veo, ilusionada, como recuerdas ante tus hijos retazos de lo que hablábamos para ayudarles en su día a día.


Y es en ellos en los que confío. 

Quizá, cuando tengan la edad que tenías tú cuando nos abrazamos por primera vez, ellos también vengan a mi. 

Quizá, cuando ellos te hablen de mi, tu te acuerdes de aquella vieja amiga que perdiste hace años.


Quizá, solo quizá, cuando te llegue esta carta me busques de nuevo. Porque yo nunca he dejado de soñar conque, quizá, podamos volver a hablar.


Se despide, con cariño, tu vieja amiga.


Filosofía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario