19 de septiembre de 2014

El despertar de Loggo

Loggo abrió los ojos.

Su pesado cuerpo era poco manejable. Falta de costumbre, quizá. Falta de cohesión, pues estaba compuesto, como luego percibió, por objetos heterogéneos, seguramente cogidos de los que cubrían todo el mundo.

Porque eso fue lo primero que percibió. Ese mundo, silencioso, cubierto de multitud de utensilios, cacharros y cachivaches. Veía un piano al lado de una vela de barco. Cerillas. Un imán desparejado.

Tardó algún tiempo en dejar de intentar identificar cosas entre el desorden para girarse, y verla a ella. Otra como él. Más definida. Metálica, sonriente. Tirada en el suelo, pero mirando hacia él. Como si jugaran a un juego, y él acabara de encontrarla en su escondite, para su regocijo.

El sonrío en respuesta, y empezó a hablar.

- Soy Loggo. ¿Quién eres tú?

Ella sonreía... pero no decía ni una sola palabra. Solo seguía mirándole...

- ¿Hola?

- ...

Siguió intentando hablarle un rato más, pero al final acabó renunciando, y se dedicó a investigar los alrededores...

Al día siguiente, Loggo volvió con ella. La saludó, sin recibir más respuesta que esa sonriente mirada. Le llevó un bonito collar que había encontrado, le dijo que la encontraba reluciente ese día, e incluso intentó hacerla reír, a pesar de que los robots no saben mucho de humor... Pero ella no respondía.

Los días pasaban. Loggo intentaba explicar por qué la robot no le hacía caso mientras paseaba por los sitios que ya conocía. "Quizá no le caigo bien", pensaba al pasar entre la zona de las pelotas de deportes. "Puede que no sepa hablar", se decía mirando una vieja pintura. "A lo mejor simplemente es tímida", reflexionaba mirando su reflejo en una cazuela...

Loggo dejó de acercarse unos días junto a ella, pensando que quizá si se iba ella lo echaría de menos. Nunca se alejaba mucho de la robot, así que le sería fácil encontrarle. Pero pronto se aburrió del escaso área en el que se movía, y nunca tuvo una dulce voz que lo llamase...

Un día, desde un enorme órgano, Loggo vio una enorme llanura llena de brillantes objetos, muy a lo lejos. Se quedó contemplando fascinado los colores y las luces, y sintió un gran deseo de estar allí. Cuando ya se estaba encaminando, una sonrisa y un par de ojos se le aparecieron de entre sus recuerdos...

Se paró en seco...

Y, pesaroso, dio media vuelta.

Al día siguiente, Loggo volvió a visitarla, sin éxito.

Y el tiempo siguió pasando...

Los días de Loggo se dividían entre la desesperación de sus visitas no correspondidas, las vueltas en círculos en paisajes más que memorizados y el hechizo de los colores. Se dio cuenta de que se movían, como alejándose... A veces se planteaba si no serían otros robots, como él. O quizá, simplemente, alguien capaz de charlar con él.

La frustración se apoderaba de él. Y un día, preso de una rabia contenida quizá demasiado tiempo, se acercó a la robot. Sus quejas retumbaron en la vajilla rota del este, las ruedas de coche del norte y las lavadoras del sur. Si en este mundo hubiera algún pajarillo, hubiera salido volando ante la pena y el dolor de sus palabras...

Pero la robot permanecía impasible. Como siempre había estado.

Loggo pasó varios días solo, meditando. Ni siquiera fue a mirar las luces. Solo pensaba, llevando sus engranajes al máximo, explotando sus circuitos como nunca antes. Intentando valorar si realmente lo que pensaba era la decisión correcta...

Al día siguiente, fue con ella...

- Oye... Yo... De verdad, quería conocerte. No se si te he molestado con algo... Pero nunca me hablas. Y yo... yo no puedo estar así. Querría conocerte a ti, a las luces... Pero si no me hablas, no puedo pedirte que vengas conmigo. Yo... Creo que esto es un adios...

Loggo se dio la vuelta, entristecido e ilusionado. Un rayo de sol reflejaba en su espalda, donde una llave de reloj, que lo mantenía en movimiento, brillaba con la calidez de un corazón que alguna vez amó.

Si te fijas cuidadosamente, quizá leas un nombre en la llave...

Eika...

Y mientras Loggo se iba, Eika, todavía inmóvil, seguía sonriendo.

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